Cuento a medida: ERASE UNA VEZ... LAS ESTRELLAS
Con ese nombre fue sencillo dejarme llevar por la imaginación y crear un historia única. Gracias a Macarena, por confiar de nuevo en mí. Y ya van tres.
Las ilustraciones de Óscar son excepcionales, ha sabido plasmar la personalidad de cada personaje del cuento a partir de una foto de forma extraordinaria.
Espero que os guste.
ERASE UNA VEZ LAS
ESTRELLAS
Hubo un tiempo en que
la noche era oscura como un gran mantel infinito.
Nada adornaba su
callada y negra belleza.
Solo la luna se
asomaba tímida alumbrando la oscuridad.
Con la excepción del
Bosque Celeste.
Aquel lugar era mágico:
las hojas de sus árboles eran del color de la plata.
No había en la tierra
un lugar de belleza igual.
Por las noches, se
iluminaba como luces de neón,
Como gotas de rocío
sobre nenúfares violetas.
Único lugar del
planeta en el que había luz cuando el sol se escondía.
Los habitantes del
Bosque Celeste recogían las hojas y flores de los árboles y realizaban pintura
con ellas.
Las mezclaban con
resina de pino,
Setas del otoño y
aromas de jazmín.
Con arena traída del
desierto de Egipto
y musgo de los campos
de Escocia.
Con aquella pintura
decoraban sus rostros, sus manos y sus cabellos.
Pintaban sus labios y
sonrisas.
Teñían sus ropajes y
realizaban tatuajes en sus cuerpos en las noches oscuras.
Unos a otros.
En silencio.
Bajo la luz de la
luna llena.
Los habitantes del
Bosque Celeste se preparaban para la llegada de un nuevo integrante: la hija de
Marta y Miguel, hermana de Gala.
Todos querían
obsequiarle algo especial.
Jesús, el mago de la
tribu, le trenzó una diadema para recogerse el pelo que a su vez le serviría
para escalar las rocas de los acantilados y las cimas.
Macarena, su mujer,
compuso melodías para ella con su voz delicada y bella. Una canción que la
acompañaría por siempre.
Diego, el hijo mayor
de ambos, le confeccionó pequeños pendientes realizados con ámbar donde dos
pequeñas libélulas reposaban atrapadas.
Jesús, el hijo menor,
curtía para ella una mochila de cuero, de piel de dragones milenarios.
Atreyu, el perro
guardián de la aldea, la esperaba inquieto con alegría deseándole valor y
fortaleza, agallas y fuerza.
Su hermana Gala,
experta pintora de sonrisas, ensayaba día y noche los mejores retratos en su
cuaderno de dibujo. La más bonita sería para su hermana.
Su padre, Miguel,
trabajó en la fragua el mejor vidrio del mundo y esculpió un tarro de cristal
duro como el diamante para que la pequeña pudiera guardar sus sueños.
Por último, su madre,
Marta, tejió para ella una capa de alas de mariposas transparentes y delicadas.
Pasaron los meses y llegó
el momento.
La pequeña vino al
mundo una noche oscura de luna nueva.
Entre hojas de plata
y melodías.
Era verano: 5 de
julio.
Los habitantes del
Bosque de Plata no salían de su asombro cuando vieron a la niña: la pequeña
tenía unas pequeñas alas en la espalda.
Por eso, la llamaron
Hada.
La niña aprendió a
andar y volar a la vez.
Creció entre alegría
y valentía,
Música, sueños y
juegos.
Una noche se puso su
diadema y su capa y se colgó la mochila de cuero.
Cogió el pincel de su
hermana Gala y, por último, vertió pintura de plata en el tarro de cristal.
Voló lejos, más allá
de la luna, y con delicadeza y dedicación pintó la noche de plata.
Pequeños puntos
adornaron el cielo nocturno,
Como lunares de
cristal,
Como un gran fuego
artificial.
Y así, nacieron las
estrellas.
Gracias a Hada y a
los habitantes del Bosque de Plata.
Todavía su pincel
rasga de vez en cuando el firmamento,
Pintando una estrella
fugaz.
Patricia
García Sánchez - Óscar Luique Ruiz
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